He descendido la escalera que conecta la calle con mi morada, abajo el sol calienta las calles y a sus ocupantes que transitan con sus cabezas gachas.
Me subo a un vehículo que obtuve la noche anterior no muy religiosamente, el cual espera impaciente mi presencia para que por medio de contactos que se generan producto de la mecánica, el recobre la vida una ves más, y pueda deslizarse por el asfalto.
Lentamente lo ago escurrirse por la calle circuito de conexiones, que me retienen en el rizoma. Tomo Américo Vespucio, para descender por Eduardo Castillo Velasco, trato de acelerar cada ves más, pero las señales éticas me detienen, no importa, encapsulado en este artefacto que ruge cada ves que lo acelero me olvido de lo externo, me dirijo en este animal metálico al corazón de la ciudad.
Veo por el espejo retrovisor a una pratrulla de uniformados (pacos culiaos), estoy nervioso el auto es robado, pero se que no puede pasar nada, ya he cambiado la patente la cual corresponde a un modelo igual al auto que conduzco, esta todo planeado.
Pienso si es que el trato que se acuerda, para fijar la suma de la venta de esta maquina se respetara, siempre a uno le sacan algo, pero en fin no me puedo retractar, necesito el dinero.
Ya estoy en el centro, y me dirijo a un estacionamiento, en el cual reciben a todos los vehículos de esta clase, los que están a cargo de ver los autos para corroborar que están en buen estado ni siquiera saben hablar, ¡pero que me importa!, solo quiero mi dinero.
Doblo por algunas calles antes de llegar a la entrada del estacionamiento, toco la bocina para que los que están adentro se despabilen, lentamente introduzco el auto hasta donde hay un muchacho que limpia autos, el sabe quien soy, yo también se quien es. Paro el motor y espero que los otros que están adentro se acerquen.
Antes de bajar y deshacerme del transporte tomo uno de los cigarrillos que me quedan, quiero ocultarme en el humo que desprende el cilindro nicotinozo, las manos me transpiran mientras todo esto lo ejecuto, estoy nervioso esto es algo que nunca he podido evitar. Abro la puerta y la cierro, los hombres que se me acercan me saludan como si fuéramos viejos amigos, uno de ellos es el que la lleva, los otros solamente son uno pendejos que se creen malos. No les digo nada, el viejo mira el auto y me dice que cuanto era, como si uno fuera hueon, y me dice en tono de broma que no le havia dicho que la chapa estaba reventada junto con el contacto del encendido, me rió en su cara y le digo que estoy apurado y que si no le gusta que encargue otro o que se baya a la mierda, los pendejos me lanzan algunas palabras.
-no se ponga hueon socio-
Todo esto es parte del regateo, el viejo se ríe mientras saca un par de billetes que me pertenecen y me pasa el fajo de dinero, le miro las manos mientras las estira para pasármelo, es un mecánico sus manos lo delatan, otro culiao que se quiere salvar.
Recibo el dinero y nos despedimos, prendo otro cigarrillo para poder avanzar hasta la salida.
Camino hasta llegar a un bar el cual esta en toda una esquina, afuera del bar hay un quiosco, me paro como vacilante y pido un paquete de cigarros.
Abro la cajetilla y saco un cigarrillo, me toco los bolsillos buscando lumbre pero ya no me quedan fósforos. Le pido fuego al dependiente pero este me contesta que no puede convidar fuego por la ley que a aparecido ya que si me convida fuego lo pueden acusar de que esta vendiendo cigarros sueltos. Lo miro y le digo que me venda entonces un encendedor, hacemos la transacción y en ves de dar las gracias como acostumbro le digo que lo podían acusar de vender muerte , el tipo me mira y me manda a volar.
Entro al bar y pido una cerveza, miro hacia fuera estoy cerca de la Alameda, antes de salir para volver a mi morada ciento las tripas rechinar, tiene que ser hora de almorzar. Buena hora...
A. NAIN.