Suena el despertador roncando en mi mente la idea de levantarme, prepararme para la marcha del día. Pido tiempo extra dentro mío para rumear la decisión de sobreponerme a la pereza de la mañana.
El frio me sumerge en un letargo del cual con un gran esfuerzo me libero de las sabanas que arrullan a mi existencia.
Me resbalo fuera de la cama estremeciéndome calmadamente frente a mi decisión de abandonar tan agradable lecho, dirigiéndome raudo al baño dejándome despertar por completo por un chorro cálido de agua que baña mi cuerpo.
Me someto a la costumbre de los días como un buen becerro, me sumerjo y vuelvo a emerger de mis cavilaciones diarias. Me cepillo los dientes frente a un espejo del cual el reflejo que allí se sostiene esta convencido de sus decisiones.
Me apuro corriendo sobre mis pasos que se dirigen a la cocina para tomar alimento, para mascar la mañana que se empieza a desbordar por las montañas, un café es lo ideal para finalizar tal asalto a las reservas que empiezan a menguar.
Salto sobre la noche que aun quiere bailarse su ultimó vals y como una turba de maleantes el frio se abalanza sobre mí, apuro mi andar hasta el subterráneo en el cual está la muchedumbre en donde yo soy parte de ellos desde afuera y desde mi interior trato de estar tan lejano, me abandono a la cotidianeidad de los días, despejando mi mente abrazando la reflexión esperando el tren.
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